La verdad es que ya no era una niña. O mejor, sí, era una niña. Había permanecido así cuando todos los demás habían olvidado lo que eran. Acaso alguien haya dicho "Ella es como es”, y tenía razón.
En cuanto aprendió a mirar decidió hacerlo tan sólo en una dirección, al frente. Todo lo demás era intuido, imaginado, conocido sin necesidad de verlo con sus ojos de mirar al frente. El afuera, el otro, lo diverso, eran para ella un mundo probable y rumoroso hecho de cosas y personas extranjeras, habitantes fantasmas de una realidad que no era la suya. Su mundo estaba allí, ante los ojos claros, sus ojos ceñudos, enfocados en una distancia que no se ve sólo con mirar.
Para la niña todo era simple y recto, lineal. Una variable de partida, otra de llegada y un pendiente personal; no existía nada más. Los que cruzaban su carretera eran para ella pequeños puntos, la intersección de una curva (la curva de una vida hecha de caprichos) y su recta. Los ríos no avanzan rectilíneos porque están condicionados por montes y valles que no saben ignorar, pero la niña cavaba los montes y construía puentes en los valles que no veía, que para ella no existían.
La distancia más corta entre dos puntos es un enorme anhelo. Un anhelo sin distracciones, un anhelo que no baila, que canta siempre la misma música de los días. El resto es espuma y tiempo perdido, un mar parado que se agita sin razones. Le gustaba a la niña la tierra firme donde los pies no resbalan, donde el pasado queda atrás, marcado por las huellas.
El amor le sucedió dos veces a la niña, dos amores fugaces, amores de trazado(1). La primera vez que se enamoró fue de otra recta que condescendió en serle paralela, un amor a una distancia pequeña, pero no desdeñoso. La distancia entre dos manos que casi se tocan, día tras día, casi, siempre casi. La otra vez no le llamó amor, nadie lo hizo, fue un acontecimiento que no aconteció. Una sinusoidal la cruzó diversas veces hasta que se volvió anharmónica, dejando tras de si el trazado de un accidente.
La niña sigue la carretera que debe seguir y no llora y no canta. Quien mira al frente no tiene tiempo para pensar mucho. Una variable de partida y otra de llegada, un trazo recto, casi continuo, casi. Los puntos blancos no le pertenecen, son espacios y tiempos de otros que tal vez un día quieran rellenar. Los anhelos de los otros son anhelos de otros.
Uma bela tradução de Silvia Capón que também é culpada de escrever e o faz muitíssimo bem (textos aqui e aqui).
Para ela um obrigado e um abraço.
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